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En 2008 se puso en marcha la moneda virtual, el Bitcoin, de manera anónima y secreta (su creador usó un pseudónimo, Satoshi Nakamoto, y no se conoce su verdadera identidad). Su objetivo era frenar la especulación de bancos y otras empresas con el dinero de los demás. Se buscaba una medida completamente virtual, alejada de comisiones, censuras, control y «trapicheos«, que permitiese operar con total libertad pero también seguridad en Internet. Su aparición puso a las Bolsas de todo el mundo en tensión, ya que se pensaba que este invento crecerí­a, a la vez que ha crecido Internet, y llegarí­a a sustituir el dinero fí­sico, cambiando completamente los estándares económicos en pro de un mundo más sencillo y libre. Pero… también se decí­a que la pelí­cula de animación digital ‘Final Fantasy’ acabarí­a con los actores de carne y hueso,  y mirad dónde estamos.

Tras ocho años desde su creación, el Bitcoin se ha transformado en prácticamente todo lo que querí­a evitar. Algunas de sus principales caracterí­sticas, como son el anonimato en su posesión, no estar controlado ni regulado por ningún gobierno y estar en código abierto, junto a que no se haya conseguido convencer al gran público de la utilidad de su uso, han propiciado que haya dos fines en su utilización que han acaparado gran parte de su existencia: las actividades ilegales y (precisamente) la especulación.

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Respecto a lo primero, el Bitcoin facilita enormemente llevar a cabo ingresos «irrastreables» de actividades ilegales, como compra venta de armas, droga, o chantajes. Al no tener un gobierno concreto que esté detrás de esa moneda, aporta un margen de tranquilidad a todo tipo de criminales, hasta el punto de haberse convertido en la moneda por excelencia en la Deep Web (algo así­ como el reverso tenebroso de Internet). No acaba de ser la mejor publicidad para la moneda virtual.

Por otro lado, una caracterí­stica intrí­nseca del Bitcoin, el hecho de estar limitado a la cantidad de 21 millones por motivos informáticos, ha hecho que el propio bitcoin se convierta en un bien escaso, lo que supone que su valor es estable, así­ que es perfecto para invertir y especular con él. Hasta tal punto que su valor es altí­simo, hoy en dí­a 1 bitcoin cuesta 730 euros, con lo que os podéis imaginar lo poco accesible que se ha convertido su uso. Todo menos la moneda de la gente.

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Puede que haya gente que esté diciendo, «bueno, pero estos problemas también ocurren con el dinero fí­sico«, y serí­a un argumento completamente lógico, tanto, que nos lleva a abordar uno de los puntos más importantes de este análisis. Precisamente haber caí­do en los mismos usos que tiene el dinero fí­sico es el gran fracaso del Bitcoin porque revela que las cosas no van a cambiar se use la moneda que se use, por lo que, ¿para qué usarla? El Bitcoin ha perdido su razón de ser y por eso no se ha convertido en esa moneda del futuro que muchos creí­an. Para que eso ocurra, muchas cosas tendrí­an que cambiar. Nosotros los primeros.

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