Desde que las redes sociales se han convertido en el epicentro de la conversación pública, especialmente a partir de 2010, los políticos han intentado acercarse al electorado utilizándolas. Sin embargo, la comunidad internauta no siempre recibe con los brazos abiertos estas medidas que buscan, inicialmente, humanizar a los cargos políticos. Éste es el caso de Matt Hancock.
Hancock, secretario de Estado para la Cultura de Gran Bretaña, publicó una app con forma de red social organizada en torno a su persona. Orientada al votante medio británico, la app ofrecía por un lado actualizaciones de estado de la vida personal y profesional del político, y por otro, la posibilidad a los usuarios de publicar contenido y abrir debate sobre distintas áreas de la política inglesa.
A través de The Next Web hemos sabido que el tiro le salió por la culata al secretario Hancock. Al poco de su publicación, la app se convirtió en un éxito viral, pero no en el buen sentido. De manera parecida al reciente fenómeno del vídeo de las hipotecas a tipo fijo, la red se inundó de memes, montajes crueles y burlas de todo tipo.
La mala baba
El humor negro es inherente a la opinión pública española, y es algo en lo que tenemos bastante en común con los ingleses. En el contexto de las redes sociales, esta mala baba se ha multiplicado, convirtiéndose en algo masivo y viral.
En nuestro país, la desconfianza y la falta de ilusión ante la clase política han encontrado una vía de escape en los memes, la sátira y la pulla. Los fenómenos más recientes como el Procés catalán o las elecciones nacionales por partida doble fueron (y siguen siendo) carne de memes en redes, para alegría de muchos.
¿Democracia contra la democracia?
La pregunta que nos hacemos es, ¿puede ser que tanto humor negro en redes sociales nos pueda estar jugando una mala pasada? La idea de hacer una red social como la de Matt Hancock, acercándose al ciudadano sin ser un político estrella, sino buscando poder estar más en contacto con los ciudadanos, ¿era tan disparatada?
Tal vez la tentación de hacer comedia negra de todo lo que ocurre a nuestro alrededor también esté bloqueando posibles vías comunicativas que podrían ser positivas para el desarrollo de la democracia. Poder contar con los políticos como si fueran «amigos» o al menos personas cercanas de carne y hueso, escribirles cuando ocurre algo que nos afecta y recibir una respuesta, no suena nada mal.
Twitter, el paraíso del trol
La experiencia de Twitter habla bastante en contra de esa esperanza de confraternización. Y es que actualmente, la red del pajarito azul es un auténtico campo de batalla, donde se debate de forma encarnizada y con enorme virulencia todo tipo de temas de actualidad.
La situación en Cataluña, el feminismo, el veganismo o los tweets de Donald Trump son algunos de los temas que levantan más ampollas, pero se pueden encontrar agrias polémicas respecto a casi todos los asuntos imaginables.
En la mayoría de esos casos, la naturaleza de la red, con la posibilidad de actuar siendo anónimo, abre la puerta a sacar lo peor de nosotros, y el insulto, la amenaza y el acoso están a la orden del día. Pocas veces encontramos debates constructivos, organizados o didácticos, y esas pocas veces suelen ocurrir entre usuarios que, en última instancia, opinan igual.
Deberíamos plantearnos si este tipo de reacción, que sin duda ayuda a desahogar, tiene alguna otra utilidad a nivel político o social. Desde el insulto al meme, la reacción en las redes sociales no se organiza buscando mejorar las cosas, no contempla siquiera la posibilidad de llegar a acuerdos de mínimos. Este panorama nos augura un sinfín de futuros GIFs divertidos, pero pocas noticias buenas para las condiciones de vida de los ciudadanos.