Deep Purple

Que el mundo se ponga de acuerdo para que hagamos la ola. Esta historia se lo merece. El año pasado la banda británica Deep Purple hizo escala en Rusia como parte del itinerario de su gira Rapture of the Deep World Tour. A su paso por las gélidas tierras de la ex Unión Soviética la mí­tica formación de la que salió Ritchie Blackmore tocó, como es natural, una selección de lo más popular de su repertorio. Sin embargo, lo hizo sin una licencia que la NGO (órgano ruso homólogo a la SGAE en España) requiere para actuaciones musicales. Consecuencia: multazo de 30.000 rublos por tema, que viene a ser un agujero de unos mil euros al cambio.

La absurda máquina recaudatoria no sabe de nacionalidades, y la NGO ha emprendido acciones legales contra Deep Purple por haber tocado canciones de Deep Purple sin permiso. El resultado del litigio es el fallo a favor de la sociedad gestora de los derechos de autor, por lo que la banda está obligada a pasar por caja para hacer frente a la irregularidad que supone tocar sus propias canciones en un escenario. Chicos, la temeridad tiene un precio.

Pero la vida puede ser maravillosa, y más allá de tópicos, la sociedad rusa emana humor cuando se sabe buscar. El canon impuesto por la NGO para la interpretación de canciones originales en suelo ruso tiene por objeto la compensación al autor por la emisión o reproducción de su obra fuera de las fronteras nacionales del propietario de los derechos. Una vez que Deep Purple abonaron la multa, la NGO procedió a pagar al autor de las canciones interpretadas el dinero recaudado. Efectivamente, le devolvió el dinero a Deep Purple.

¿Significa esto que estamos ante una prueba evidente de los absurdo en la aplicación de los derechos de autor? No exactamente. Como viene siendo habitual, estamos ante la prueba de la mala gestión administrativa de los derechos de autor, haciendo que la ceguera recaudatoria se imponga al sentido común.

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