Apple

Trabajar en compañí­as como Apple o Google es un sueño para un gran número de trabajadores. Son firmas que están reputadas como los mejores sitios para trabajar del mundo, por las oportunidades que ofrecen, por el ambiente o la particular manera con la que se encara el dí­a a dí­a. Lugares donde se presupone que la creación y el desarrollo de las ideas están siempre presentes. Incluso muchos ex empleados hablan maravillas de su paso por estas firmas. Pero hay veces que surgen excepciones que nos recuerdan que seguimos hablando de enormes multinacionales. Fruto del rencor o no, uno de los diseñadores que abandonó la compañí­a de la manzana hace poco ha publicado una extensa reflexión sobre las entrañas de una de las empresas más deseadas del mundo.

La historia de Jordan Price comienza cuando con una oferta para hacer una entrevista con Apple. Para él (y para muchos otros), la compañí­a del difunto Steve Jobs era simplemente el mejor lugar para trabajar. Y lo consiguió. Tras una entrevista de poco menos de una hora, recibió esa misma tarde una proposición formal para trabajar en Apple como diseñador móvil. Pero tras la primera oleada de entusiasmo, empezaron los problemas. Price cuenta como enseguida tuvo que enfrentarse a los rí­gidos horarios de trabajo que le impedí­an ver durante la semana a su hija. Y su entrada en la compañí­a también habí­a supuesto una reducción en el salario que vení­a percibiendo, pero claro, esta falta se compensaba con la perspectiva de una carrera prolí­fica en esta firma.

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De sus palabras también se trasluce que no todo era tan intuitivo y sencillo en el funcionamiento de la compañí­a como en sus productos estrella (no hay que olvidar que el iPad fue el primer gadget tecnológico de cierta importancia sin traer manual de instrucciones, como reclamo publicitario sobre su sencillez). Por ejemplo, el diseñador afirma que todos los procesos y el acceso a las herramientas de trabajo estaba plagado de contraseñas y credenciales, de forma que tardó casi un mes en hacerse a ello. O que su productividad se veí­a afectada por continuas reuniones. Pero el mayor problema de trabajar en Apple se descubrió en la figura de su jefe inmediato. Quizás por el influjo del poder o por su forma de ser, ese «productor» (esos jefes recibí­an el nombre de «producers») tení­a la molesta costumbre de insultar a todos los empleados que le rodeaban por norma, y hacer de esos insultos bromas de mal gusto.

Esos insultos también se uní­an a presiones para terminar diversas tareas y recordatorios de que no serí­a renovado en el caso de que no hiciera tal o cual cosa. En las propias palabras de Price, «me sentí­a más como si trabajara en algún curro de adolescente mal pagado que en un trabajo serio en una de las compañí­as más importantes del mundo de la tecnologí­a». Esta situación se fue agravando con los dí­as, hasta que Price se dio cuenta de que no podí­a seguir en la empresa de la manzana en esas condiciones. A pesar de las palabras de sus familiares y amigos, que no llegaban a asimilar la idea de que Apple pudiera tener ese otro lado menos amable como compañí­a para trabajar, el diseñador decidió marcharse. Una historia que empezó en sueño y que terminó en pesadilla, y que nos recuerda que no siempre la perspectiva de un trabajo soñado se corresponde con la realidad, a pesar de la magní­fica relación de Apple con un gran número de sus empleados y ex trabajadores.

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