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Twitter es mucho más que un sistema de comunicación de frases cortas, en muchos casos sin apenas sentido o escasamente ingeniosas. Puede que para los particulares, los seguidores o followers en Twitter son sobre todo una pequeña cuestión de ego, algo así­ como los cinco minutos mediáticos de Warhol. Para las empresas no. Para las empresas son dinero. De hecho, mucho dinero. Puede que estemos a punto de saber cuánto cuesta un seguidor en las redes sociales, aunque para ello una empresa ha tenido que ponerle un pleito a uno de sus empleados.

Todo empezó en octubre de 2010 cuando un escritor abandonó su trabajo en la bitácora norteamericana de tecnologí­a Phonedog, que como su nombre sugiere, se dedica a la información sobre teléfonos inteligentes y telefoní­a móvil. Además, tiene una tienda donde vende teléfonos móviles. Mientras trabajaba la compañí­a Noah Kravitz empezó a publicar con el conocimiento de la empresa la cuenta Phonedog_Noah, y acumuló 17,000 seguidores. Cuando se despidió, la empresa le aseguró que podí­a mantener la cuenta y sus propios seguidores. Cual no serí­a su sorpresa cuando ocho meses después, sus antiguos empleadores le pusieron un pleito por daños y lucro cesante, por un total de 340,000 dólares, a razón de dos dólares y medio por seguidor y mes.

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Los de PhoneDog Media se han dado cuenta de pronto de que la lista de seguidores del señor Kravitz, que tan graciosamente le habí­an cedido cuando todaví­a no tení­an clara su polí­tica en Twitter, de pronto era una «lista de clientes», en la que habí­an invertido mucho dinero y esfuerzo, y que al irse esos seguidores con su ex empleado, habí­an perdido casi el 15% de los ingresos publicitarios. Lo malo es que si este pleito le da la razón a la empresa, va a sentar un peligrosí­simo precedente.

Ya no se trata sólo de que las empresas para las que trabajan los blogger sean o no propietarias no sólo de las cuentas, sino incluso de la propiedad intelectual de los materiales, sobre todo cuando la mayorí­a de los escritores trabajan por obra y no están ligados mediante ningún tipo de contrato laboral. El problema es que incluso Twitter,  Facebook y otras redes sociales pueden cambiar su polí­tica de uso y decidir que las cuentas, los nombres, los materiales, y las fotos en ellos depositadas, son propiedad de las empresas que prestan el alojamiento. Ah, caramba, que algunas redes sociales ya lo hacen. Que fallo.

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