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Las principales asociaciones que representan a la industria de los contenidos en Estados Unidos quieren que el Gobierno de su paí­s les ayude a proteger sus derechos de propiedad intelectual en todo el mundo. Entre dichas asociaciones se encuentran la MPAA (cine), la RIAA (música), la DGA (directores de cine) o la SGA (actores). Este potente grupo de presión se autodenomina «la organización de las comunidades creativas», como si el resto de los artistas y los autores tuvieran un encefalograma plano.

Las muchas recomendaciones especí­ficas que han hecho llegar a la responsable de coordinar el cumplimiento de la propiedad intelectual en Estados Unidos sí­ pueden considerarse creativas, al menos en lo que agresivas tácticas se refiere. Por ejemplo, camuflar espí­as dentro de las suites de seguridad antivirus que bloqueen e informen subrepticiamente de todo el material sospechoso que encuentren en el ordenador del usuario.

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La idea es que los administradores de red y los proveedores de servicios de Internet hagan uso de diversas tecnologí­as que ya está uso para luchar contra el spam y los virus sólo que esta vez para proteger la propiedad intelectual de unas compañí­as privadas.  Se trata de establecer en los servidores de estos proveedores filtros de contenidos, rastreadores de ficheros, tecnologí­as de reconocimiento de contenidos con marcas de agua, e incluso infraestructura de escaneo para detectar las suscripciones a feeds RSS de sitios que informan de enlaces a contenidos. Otras acciones que pretenden que los administradores y proveedores tomen es el bloqueo y el redireccionamiento de sitios considerados «reincidentes», así­ como estrangular el ancho de banda de los consumidores más activos.

La industria de contenidos estadounidense pretende que el Gobierno Federal se movilice a todos los niveles para proteger sus propiedades (las de la industria), elaborando leyes a su medida, proporcionando recursos de todo tipo, e incluso aplicando tratamientos especiales a aquellos paí­ses poco colaboradores. El enemigo a batir, según la industria, puede adoptar muchas formas, pero el principal es «el robo en lí­nea de obras bajo copyright». Y la idea es atacarle desde todos los flancos, empezando porque el Gobierno logre la cooperación de todos los «intermediarios» que «fomentan el robo de obras protegidas«. Estos intermediarios son, a juicio de la industria, los proveedores de alojamiento, los motores de búsqueda, las redes de publicidad en lí­nea, los sistemas de pago en lí­nea, los registradores de nombres de dominio, los servicios proxy, y la redes sociales.

La colaboración se sustancia en «flexibilidad» para seguir implantando «innovaciones tecnológicas», cuyo objetivo es identificar a los infractores, empezando por la IP (dirección de Internet) desde la que se conectan. También piden, por ejemplo, que un proveedor de alojamiento corte por lo sano el servicio a cualquier bloguero que la industria considere «infractor reincidente». Otras recomendaciones de este grupo de presión se encaminan hacia legislaciones estatales que tipifiquen como delito «la compartición o el streaming de ficheros en lí­nea no autorizados».

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