Un periodista se infiltra como trabajador en el almacén de Amazon

La vida trabajando en Amazon puede ser dura. Muy dura. Es el relato de un periodista infiltrado como trabajador en un almacén de Amazon.

Concretamente en el de la pequeña ciudad de Rugeley, en Staffordshire. Tiene el tamaño de diez campos de fútbol y emplea alrededor de 1.200 personas. La mayorí­a de ellas, provenientes de paí­ses de Europa del Este y Rumaní­a.

El periodista, que transcribe su relato a través del diario The Times, pone sobre la mesa las duras condiciones en las que tienen que trabajar los empleados. Y la primera en la frente. Cuenta que salir del puesto trabajo es lo más parecido que habí­a imaginado a una prisión. Hay que pasar alrededor de 15 minutos por escáneres metálicos. Son controles que efectúan a su vez los guardias de seguridad. Sirven para controlar los robos.

Lo mismo ocurre con los permisos a la hora de comer. La comida dentro del recinto, por suerte, es bastante barata. Y por lo menos hay máquinas para tomar té y café gratis. El problema está en que los 30 minutos estipulados para comer no son suficientes como para hacerse con un pequeño tentempié, abriéndose paso entre la multitud, y regresar a la hora en punto en la que los supervisores ingleses esperan que lleguen.

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Así­ se distribuye el trabajo en Amazon

Este gran almacén en el que se ha infiltrado el periodista tiene cuatro pisos. Y en cada uno de ellos trabaja un equipo. En primer lugar están los que revisan y comprueban los pedidos recibidos; los que guardan los artí­culos en los estantes; los que los recogen (esta es la categorí­a en la que se encontraba el periodista) y por último, los que empaquetan los productos para mandarlos a sus destinatarios.

Los selectores, así­ es como los denomina el infiltrado, se encargan de moverse por los pasillos – que por cierto, tienen dos metros de altura – para dipositarlos en cajas de plástico amarillas. Estos contenedores son transportados en carretillas metálicas azules, para pasar a continuación a las cintas transportadoras.

Estas van recorriendo el edificio hasta llegar a la sección de empaquetado. En un dí­a normal (no hay que contar Black Fridays, vacaciones de Navidad y otros eventos en los que suelen comprarse muchos regalos), un trabajador puede llegar a enviar alrededor de 40 contenedores por los transportadores.

Los trabajadores van recibiendo las órdenes que manda su supervisor, desde un ordenador. Estas llegan al dispositivo que llevan encima. Es aquí­ donde también reciben advertencias sobre su rendimiento. Cuenta este periodista que durante la primerar semana le dijeron que su rendimiento estaba un 10% por debajo de la media.

Trabajo temporal, no hay que hacerse ilusiones

El trabajo, como indica este periodista, es temporal. Él fue contratado a través de una empresa de selección. Al cabo de nueve meses, perdió el puesto. De hecho, desde el principio ya te advierten de que si su rendimiento es excelente, Amazon podrí­a hacerles un contrato indefinido. Pero por si ocurrí­a todo lo contrario, convení­a no hacerse ilusiones.

Durante el tiempo en que trabajó en Amazon viví­a en una casa con otras personas que también trabajaban allí­. Y justo cuando hací­a dos semanas que trabajaba allí­, se puso enfermo. Y he aquí­ uno de los primeros problemas: si no iba a trabajar, se arriesgaba a perder un dí­a de sueldo.

Pero este no era el único problema al que un trabajador de este almacén tení­a que enfrentarse. Todos los dí­as caminaba una media de 16 kilómetros, de modo que jornada tras jornada, los pies quedaban resentidos. Y mucho.

Su rendimiento tampoco era fabuloso. En un semana, el periodista era capaz de coger de las estanterí­as un total de 180 artí­culos por sesión. Y una medida de 90 por hora. Comparado con una chica que trabaja allí­ y que se mostraba absolutamente quejosa, esto era una miseria. Porque ella conseguí­a un total de 230 por sesión.

Las condiciones del puesto de trabajo

Según este periodista, tampoco eran las más óptimas. Tal como explica en The Times, el lugar en el que trabajaba era un lugar sombrí­o, con muy poca luz natural. La que apenas entraba por las ventajas rectangulares ubicadas en el techo.

«No corra nunca». Es una de las advertencias en forma de cartel con las que se topó el periodista. Pero lo cierto es que si querí­as llegar a tus objetivos, no quedaba otra.

Se podí­an hacer pausas para ir a beber agua. Pero en un laberinto de pasillos repletos de productos era casi imposible encontrar una máquina cerca, cuenta.

Luego habí­a un sistema de logros. Por el que, en teorí­a, se premiaba a aquellos trabajadores que cumplí­an debidamente las exigencias de su puesto. Algunos eran, por ejemplo, guardar bien las cajas cada vez que se cogí­a un artí­culo.

Perder el tiempo yendo al baño eran puntos de menos. Y explica el periodista que en una ocasión se encontró una botella de lí­quido sospechosamente amarillo junto a una caja de adornos navideños.

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Cansancio y hastí­o

Los trabajadores se sienten agobiados, cuenta este empleado, y para distraerse piensan en otras cosas. Pero después de repetir tanto los mismos pensamientos, terminan agobiados.

Explica que después del turno no supo hacer nada más que tirarse encima de la cama con una bolsa de comida de McDonalds.

Para descansar solo tienen un descanso de 30 minutos y otros dos de diez. El primero no se paga. Los otros dos sí­.

No vio ningún contrato, así­ que no sabe qué derechos le asistí­an como trabajador. Cuenta que sus compañeros rumanos tení­an dificultades para comprender cuáles eran los derechos básicos de cualquier trabajador británico.

Te levantas a las once de la mañana. Desayunas, te duchas y preparas los pies para la jornada. Cuenta que usaba dos pares de calcetines, entre otros apaños. La jornada suele terminar a la medianoche, después de más de diez horas de trabajo. Así­ que al final terminas acostándote a la una de la madrugada.

En cuanto al salario, este periodista indica que le pagaron unos 270 euros por 35 horas a la semana. En Londres serí­a más difí­cil sobrevivir, pero en Rugeley le resultó un poco más llevadero. Lamentablemente, a la hora de recibir el dinero hubo problemas. Porque el periodista no recibió el sueldo acordado en un principio.

Al final, cuenta, durante ese tiempo fumó y bebió más. Comió mal y se sirvió de estí­mulos como el chocolate o el té fuerte.

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