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Adobe no es la única compañí­a que protege su nombre y su imagen corporativa como uno de sus tesoros más preciosos, pero representa un buen ejemplo de la paranoia a la que llegan los abogados a la hora de redactar estos contratos de uso. Periodistas y blogueros nos encontramos a diario con estas limitaciones de uso que en algunos casos son incluso cómicas. Por ejemplo, el término photoshopear y el adjetivo photoshopeado, y su equivalente en grafí­as españolas fotosopear y fotosopeado, que a veces se utiliza para indicar una foto fuertemente manipulada, casi siempre de una famosa, no sólo es gramaticalmente incorrecto. Además podrí­a ser ilegal.

Para una compañí­a como Adobe, la marca registrada Photoshop  no puede utilizarse ni como verbo ni como adjetivo. De igual manera, la empresa insiste en que su nombre y el de sus productos se escriban correctamente, con las mayúsculas en los sitios adecuados. Quien cometa la osadí­a de escribir photoShop o flasH, podrí­a ser perseguido legalmente por los abogados de la compañí­a si éstos no tuvieran nada mejor que hacer. Ni siquiera se pueden utilizar para definir profesiones. En español es algo menos común, pero en inglés se utiliza la palabra photoshopper para definir a quien se dedica a manipular fotos con el conocido programa de edición fotográfica. De paso, se arriesgan a un pleito legal.

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Los abogados de Adobe no deben de haberse enterado de que existen Twitter y los SMS. Por eso se oponen a cualquier tipo de abreviatura utilizando sus marcas o sus productos. Quien en Twitter publique AdoB o Ptshp, puede acabar en la celda destinada a los que deletrean mal los productos del fabricante. De estas reglas ni siquiera se libran los escritores que escriben esos manuales de uso de los programas que tan útiles son para las empresas a la hora de vender el software. Se ven obligados a aclarar en los prefacios de los libros que el programa no es suyo, que es de Adobe, y que, por supuesto, el libro no ha sido aprobado ni financiado ni promovido por la casa, por aquello de librarse de responsabilidades civiles.

Los desarrolladores de aplicaciones compatibles con productos de Adobe pueden utilizar los logos de forma limitada y sólo si es para indicar claramente que es una aplicación compatible con, y tienen terminantemente prohibido utilizar los logotipos o los nombres para nombrar o identificar su propia empresa de desarrollo. Incluso prohí­ben que se llame parecido, y son los abogados los que decidirán qué es y qué no es parecido. Si alguien quiere crear una empresa de software y la llama Adobo o Flashy, puede acabar metido en un berenjenal muy serio. Y sí­, Adobe no es la única marca. Se ha puesto de moda que algunas multinacionales persigan aquellas páginas web donde se critican sus productos bajo el pretexto de que utilizan inadecuadamente los nombres. Claro, no pueden llevarles a juicio diciendo «señorita, este niño malo ha dicho que mi producto no vale un pimiento”. ¿Que no te lo crees? Normal. Pues echa un vistazo al apartado legal de su página web.

Afortunadamente, los de Adobe no han registrado todas las palabras parecidas y en todos los mercados. Por eso todaví­a podemos construirnos una casa de adobe, y los más mayores seguiremos hablando con nostalgia en verano de los flash helados. Aún mejor, a media mañana todaví­a podemos restaurar fuerzas con un pepito de lomo adobado o con una ración de cazón en adobo. Menos mal.

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