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Los chips que nos rodean están hechos de sí­lice. Están en el ordenador, en el smartphone, en la consola, en el televisor y hasta en la lavadora. Pero eso puede cambiar en el futuro. Un equipo de investigadores europeos acaba de presentar los primeros microprocesadores hechos con semiconductores de plástico. Miden unos dos centí­metros de ancho y están construidos sobre una lámina de plástico, similar a la que usamos para envolver los bocadillos.

La cuestión es que aún son muy primitivos, y solamente admiten programas con dieciséis instrucciones. En realidad funcionan a una velocidad de sólo 6 hertzios, cuando los procesadores de sí­lice actuales superan los 2 gigahertzios. Además únicamente pueden procesar datos en paquetes de 8 bits, comparados con los 128 bits de los chips modernos. Sin embargo, los procesadores de plástico son flexibles y mucho más baratos que los de sí­lice.

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El microprocesador de plástico es obra de la compañí­a belga especializada en nanoelectrónica Imec, en colaboración con Polymer Vision, un fabricante holandés de pantallas enrollables para dispositivos móviles y portátiles, y TNO, una organización holandesa dedicada a la investigación. La fabricación de estos nuevos procesadores comienza con una lámina flexible de plástico de 25 micrones de grosor, sobre la que se deposita una capa de electrodos de oro, seguida de una capa aislante de plástico, de una segunda capa de electrodos de oro y los semiconductores de plástico. De esa forma, se pueden incorporar 4.000 transistores en un procesador.

Los transistores se producen centrifugando la lámina de plástico para dejar caer una gota de lí­quido orgánico sobre una capa todaví­a más fina. Luego la lámina se calienta ligeramente para que el lí­quido se convierta en un pentaceno sólido, que es un tipo de semiconductor orgánico. Por último se graban las distintas capas mediante técnicas de fotolitografí­a para hacer el patrón final de los transistores.

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Este proceso todaví­a se podrí­a abaratar más imprimiendo los componentes orgánicos como si fueran tinta, en rollos o en hojas. El problema es lograr transistores orgánicos diminutos que sean fí­sicamente regulares, uno idéntico a los otros. Y los métodos de impresión en laboratorio más avanzados sólo consiguen transistores fiables en la escala de las decenas de micrones.

Los propios creadores del nuevo chip saben que los procesadores de plástico no van a sustituir a los de sí­lice en los ordenadores domésticos, por los lí­mites que el uso de materiales orgánicos impone a la velocidad de proceso, incluso siendo casi diez veces más baratos de fabricar que los semiconductores convencionales. Se esperan aplicaciones en campos donde el bajo coste y la flexibilidad del procesador sean importantes, por ejemplo, en sensores contra escapes en las tuberí­as de gas o como pantallas interactivas desechables.

Hasta ahora los transistores orgánicos se habí­an aplicado a pantallas LED y a etiquetas de identificación por radiofrecuencia (RFID), pero es la primera vez que se usan en un procesador, según informa Tom Simonite en Technology Review.

Fotos: Imec

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