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Empezamos con lo duro, porque se lo merece. Este chisme vale 99 euros. Una vez dicho, el alcance de la noticia no sabremos si dolerá más o menos, aunque la sorpresa será la misma. El precio citado se refiere a un dispositivo llamado Wikireader, que no es otra cosa que un pequeño terminal con forma de tamagoshi con la única utilidad de leer artí­culos de Wikipedia.

Podrí­amos pensar que puestos a darle uso, y cayendo en la cuenta de que Wikipedia es un servicio online, quizás Wikireader sea un excelente compañero de viaje para conectarse a internet. Negativo: Wikireader no se conecta a internet. ¿Y cómo accedemos a la enciclopedia más famosa de la red? A través de los tres millones de entradas que Wikireader dispone en su memoria interna.

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El Wikireader, eso sí­, tiene un aspecto simpático y recogido, y la información puede ser consultada y leí­da a través de su diminuta pantalla táctil monocroma retroiluminada. Como si el tamagoshi estuviese jugando a la Game Boy, para que nos entendamos. El suministro de sus dos pilas tipo AAA garantiza una autonomí­a de un año, más o menos, tiempo en el que puede ser que leamos todos y cada uno de los tres millones de artí­culos que alberga en sus diminutas y resabiadas tripas.

Si eso sucediera, existirí­a la posibilidad de introducir nuevos contenidos en su memoria. Pero eso sí­, hay que pasar por caja de nuevo. Por un importe de 29 euros, concretamente. Con ello, tendrí­amos derecho a descargar los contenidos restantes al ordenador, para posteriormente cargar los artí­culos en la tarjeta SD de la que se vale el Wikireader para almacenar la información. Sí­, esa información que circula gratis todos los dí­as y actualizada a cada minuto en Internet.

Si no tuviésemos ordenador, advierte el fabricante, Openmoko (si no tuviésemos ordenador, pero tuviésemos el Wikireader, se entiende), podrí­amos encargar la tarjeta de memoria con los nuevos contenidos por correo. Y claro, todos los artí­culos estarí­an sometidos a un filtro de control parental, al carecer de acceso a la red. Vamos, el colmo de lo absurdo, eso sí­ en formato bolsillo.

Ví­a: El Paí­s

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