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Acaba de terminar la segunda temporada de la serie sobre vampiros sureños, True Blood; está a punto de estrenarse la nueva peli de la saga vampí­rica Crepúsculo; también estamos próximos al nuevo libro de estas historias de chupasangres adolescentes; el sistema financiero mundial también es un poco muerde cuellos. Y para colmo, la conciencia medioambiental se presenta ahora en forma de lámpara que se alimenta con sangre, la Blood Lamp. Si Drácula levantara la cabeza… se darí­a con la tapa del ataúd, que aún es de dí­a y no puede salir.

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Bromas a parte, un inventor llamado Mike Thompson (que es como llamarse Juan Sánchez en Castellón) ha ideado una curiosa lámpara cuyo combustible es el rojo elemento hemoglobí­nico que provoca desmayos y fascinación por partes iguales. Este ingenio se compone de tres partes: una bombilla, una mezcla lí­quida de compuestos quí­micos y sangre. Por supuesto, no necesita electricidad para funcionar, sino verter la citada mezcla en el interior de la bombilla y, posteriormente, arrimar unas gotitas de sangre a la solución. Repugnante.

El señor Thompson, lí­rico como un camión en una puesta de sol en Arkansas, ha querido establecer un paralelismo entre el lí­quido vital y el abastecimiento energético que requieren bombillas y artefactos eléctricos en general. De esta forma, si el alumbrado de una ciudad dependiese de la sangre de su población, ¿derrocharí­amos las cantidades de energí­a de la misma forma que lo hacemos ahora? Como happening protopoético el invento está muy bien, Mike Thompson, pero a ver quién es el guapo que instala este sistema de luces en el Santiago Bernabéu.

Ví­a: Blog Gadgets

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