Chris Hadfield

¿Te acuerdas de Space Oddity y del hombre que tocaba la guitarra mientras flotaba en el espacio? Ese era Chris Hadfield (Canadá,1959), un astronauta que sintió la llamada del espacio allá por 1969, cuando el mundo tuvo noticias de la llegada del primer hombre a la Luna. En su trayectoria como astronauta anota tres viajes al espacio y el puesto de comandante de la Estación Espacial Internacional (ISS). A sus espaldas, un montón de caminatas espaciales y reparaciones que, de no haberse llevado a cabo, habrí­an terminado en desastre. Como astronauta y artista ya sabes que en 2013 grabó Space Oddity de David Bowie y el ví­deo dio la vuelta al mundo miles y miles de veces. Hadfield flotaba en el espacio mientras tocaba la guitarra. Querí­a despedirse como comandante de la Estación. Hoy se dedica a escribir. Es conferenciante, músico y da clases en la Universidad de Waterloo. Ahora ha vuelto a dejarnos con la boca abierta en una entrevista en el diario El Paí­s, con motivo de su participación en el festival Starmus de Tenerife, un evento en el que se habla de ciencia y de cultura y en el que 12 premios Nobel, 7 astronautas y alrededor de 800 asistentes internacionales rinden homenaje a Stephen Hawking.

Su testimonio nos ha dejado perplejos, así­ que hoy hemos querido recoger parte de sus experiencias más humanas en plena odisea espacial. Sigue leyendo a continuación estas 7 curiosidades del mundo astronauta.

¿Sabí­as que la vida allá arriba no es nada fácil? Esto es todo lo que les pasa a los hombres que salen al espacio exterior.

1. No pueden atarse los zapatos

Parece una tonterí­a, ¿verdad? Pero piensa, ¿cómo te pones los zapatos en el Planeta Tierra? Basta con sentarse, cogerlos, tirar de ellos e insertar el pie. Si no tienes ningún problema de movilidad puedes hacerlo en apenas unos segundos, pero en el espacio la cosa cambia. Controlar el movimiento de los objetos pequeños que andan flotando por ahí­ es ciertamente complicado. Al intentarlo, cuenta Hadfield, terminaba dando vueltas y tení­a que ir persiguiendo sus zapatillas, que iban flotando por ahí­. No habrí­a pasado lo mismo si hubiera querido manejar un coche: en el espacio nos bastarí­a un dedo para moverlo.

2. Pueden llegar a perder las uñas y a sangrar

Probablemente se trate de uno de los inconvenientes más desagradables. Todo el mundo sabe que para salir al espacio exterior hay que estar muy entrenado fí­sicamente. Cuenta Hadfield que una caminata espacial es como pasar 10 horas en una máquina de gimnasio. No hay que perder de vista que los astronautas se mueven dentro de un traje presurizado. El simple hecho de mover una mano es un mundo: una lucha durí­sima contra la presión, de modo que muchos astronautas terminan perdiendo las uñas o sangrando por distintas partes del cuerpo (manos, hombros, rodillas). Un tour de force de proporciones ciclópeas.

Pero, ¿por qué tiene que ser tan resistente el traje? Pues para empezar, porque en el espacio están sometidos a temperaturas verdaderamente extremas, pudiendo oscilar entre los 140 grados (bajo la luz del sol) y los -200, si están a la sombra o si es de noche. De ahí­ que el traje esté absolutamente aislado con más de once capas de distintos materiales. También lleva un traje interno aislado con multitud de tubitos por los que corre agua, imprescindibles para refrigerar el cuerpo del astronauta y evitar que se muera de calor.

astronauta

3. Hacen sus necesidades en pañales especiales

Los trajes espaciales ya cuentan con un sistema que recoge los desechos: se incluye un recolector de orina y otro de heces. El primero se conoce bajo el nombre de Urine Collection Device (UCD) y no es otra cosa que un condón conectado a una bolsa, a través de un tubo flexible. El Maximum Absorbency Garment (MAG) es simple y llanamente un pañal, pero para adultos. Los hombres usan las dos cosas, las mujeres solo el pañal. De este modo, pueden hacer sus necesidades en los trajes y evitar que todo eso salga volando.

4. Su percepción del gusto se modifica

Aunque no a todos les pasa lo mismo, por lo general, en los viajes espaciales los astronautas pierden la percepción del gusto. En algunos casos, notan que la comida no les sabe igual y que sus platos favoritos no tienen el mismo sabor. Algunos incluso pueden comer cosas que detestan. Por ello, los astronautas prefieren comer cosas con sabores fuertes que compensen la ausencia de gusto. La causa no está muy clara. Algunas teorí­as apoyan la tesis de que la comida se degrada, aunque parte de esta descompensación también tenga que ver con los cambios fisiológicos que se experimentan.

¿Y qué comen los astronautas? Pues entre los manjares que se preparan para las misiones hay un poco de todo: hamburguesas con legumbres, nueces, pollo, carne, fideos, dulces, galletas o incluso smoothies con frutas. Pueden consumir ketchup, mostaza o mayonesa, pero especias como la sal o la pimienta tienen que ser lí­quidas. De lo contrario, las bolitas o granos podrí­an dispersarse fácilmente y tapar conductos de la nave. Se trata, en realidad, de que puedan comer cosas que les gusten: esto también contribuye al buen ánimo de los astronautas.

comida espacial

5. Higiene diaria con muy poca agua

Casi toda el agua que se consume en el espacio procede de la Tierra, así­ que cada gota es un verdadero tesoro. Esto significa que los astronautas no pueden darse duchas copiosas. Algunas unidades pueden llegar a generar agua (alrededor de 24 litros diarios) que se obtiene del aire, se purifica y se recicla. Lo que hacen los astronautas para asearse es usar un paño húmedo enjabonado. Nada más. Lo mismo pasa con los platos sucios: no pueden lavarse. Se destruyen y adiós muy buenas.

7. Su cuerpo se deteriora de manera considerable

Ya te hemos indicado que los astronautas lo pasan muy mal fí­sicamente. Llegan a las misiones muy entrenados, pero la vida en el espacio es dura y las consecuencias fí­sicas son importantes. Por ejemplo, los lí­quidos se retienen en la parte alta del cuerpo, a menudo en la cabeza, de modo que se produce hinchazón y edemas. Además, el hecho de vivir en un ambiente ingrávido hace que el cuerpo no tenga que trabajar y que en apenas 10 dí­as, puedan llegar a perder un 20 % de masa muscular. Los músculos se atrofian y se hacen pequeños. También se pierde masa ósea, de modo que después de un viaje de tres o cuatro meses en el espacio, se necesitan al menos dos o tres años para recuperarse. La redistribución de lí­quido también afecta al nervio óptico, de modo que la visión también queda alterada.

Pero hay más. Los astronautas que participan en misiones más largas pueden sufrir apatí­a, cansancio y alteraciones psicosomáticas, se les caen los callos de los pies y la parte superior de los mismos se vuelve áspera y súper sensible. Por suerte, la mayorí­a de efectos fí­sicos se suavizan al regresar a la Tierra y la recuperación puede ser prácticamente total. Como curiosidad, la NASA mide el Sí­ndrome de Adaptación Espacial (SAS, en inglés) a través de la escala Garn, por el senador Jake Garn. Este participó en la misión STS-51-D, la peor de la que se tiene constancia, así­ que para evaluar los problemas de adaptación, aunque suene a broma, hay que hacerlo en garns.

Foto de portada: NASA

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