Para observar las estrellas nada mejor que acercarse a ellas lo máximo posible. De ahí que la idea de colocar un telescopio de 20 metros de diámetro en la superficie lunar esté rondando la cabeza de los científicos de la NASA. Un equipo de reconocidos astrónomos y ópticos trabaja en ello desde 2006 para la conocida agencia espacial estadounidense y, según comentan, la posibilidad de construir ese gran observatorio en la Luna es más que factible.
A la cabeza del proyecto se encuentra Ermanno Borra, profesor de Física en la Universidad Laval (Canadá), quien explica que la clave para su viabilidad está en utilizar espejos líquidos. Este tipo de telescopios se diferencia de los habituales porque emplean una capa de fluido (generalmente mercurio) sobre una superficie plana. Esa plataforma gira sobre sí misma mediante un motor para crear el movimiento parabólico del líquido, de modo que se forma una zona reflectante similar a un espejo convencional.
En la Tierra, el motor no tiene que girar a mucha potencia. Según Borra, una velocidad ligeramente inferior a 5 kilómetros por hora es más que suficiente. Con gravedad lunar el número de revoluciones por minuto podría ser incluso inferior, aunque también imposibilita el uso de mercurio debido a su elevada densidad (se evaporaría y empañaría el telescopio). Por ello han reemplazado ese material por líquidos iónicos de baja densidad, cuyo menor índice de reflexión es compensado con una capa ultradelgada de plata.
No se trata de ninguna utopía. En la Tierra ya se han fabricado algunos con esta técnica, como el Gran Telescopio Cenital de la University of British Columbia (en Canadá), de seis metros de altura. Su coste de fabricación fue muy inferior al de un telescopio normal con las mismas dimensiones, lo que suscitó el interés de los científicos. El hecho de que siempre estén mirando hacia arriba también simplifica su construcción.
Pero, a su vez, también supone un inconveniente: los telescopios de espejo líquido no pueden inclinarse, puesto que su contenido se derramaría. Aunque se investiga en intentar deformarlos para orientarlos hacia ángulos, Borra considera interesante ubicarlo en algún lugar que no fuesen los polos, puesto que aprovecharía la rotación del satélite para observar diferentes zonas del cielo. Eso sí, necesitaría un período de más de 18 años en abarcar todos los ángulos posibles. Habrá que buscar un sitio para acomodarse en la Luna mientras termina.
Vía: Dvice / Ciencia NASA